¿Qué
comemos? ¿De dónde viene, cómo se ha elaborado y qué precio
pagamos por aquello que compramos? Son preguntas que cada vez se
formulan más consumidores. En un mundo globalizado, donde la
distancia entre campesino y consumidor se ha alargado hasta tal punto
en qué ambos prácticamente no tienen ninguna incidencia en la
cadena agroalimentaria, saber qué nos llevamos a la boca importa de
nuevo, y mucho.
Así
lo ponen de manifiesto las experiencias de grupos y cooperativas de
consumo agroecológico que en los últimos años han proliferado por
doquier en todo el Estado español. Se trata de devolver la capacidad
de decidir sobre la producción, la distribución y el consumo de
alimentos a los principales actores que participan en dicho proceso,
al campesinado y a los consumidores. Lo que en otras palabras se
llama: la soberanía alimentaria. Que significa, como la misma
palabra indica, ser soberano, tener la capacidad de decidir, en lo
que respecta a nuestra alimentación (Desmarais, 2007).
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